Hay libros que marcan la vida. A veces uno los reconoce desde que empieza a leerlos; otras simplemente nos encontramos regresando a ellos con tanta insistencia que hay que aceptar que ya forman parte de nosotros. ¿Puede la obra de alguien más, palabras escritas por otro, historias que no son las nuestras, ser parte de nosotros?
Primero, el lenguaje humano, único entre todas las especies animales, es en gran medida responsable de que contemos historias, pero también de que existan artistas, científicos, chismes y niños mentirosos. De entre los varios rasgos que lingüistas como Charles Hockett han recogido me interesa enfatizar el de la prevaricación.
Este término, en su sentido primigenio, se refiere a la mentira. Pero mentira en un sentido profundo y sobre todo extenso. La lengua natural o lenguaje humano, entre sus múltiples rasgos que lo vuelven único y diferente respecto de los lenguajes animales, tiene este rasgo sin el cual no sería posible desde engañar a los padres hasta planear el futuro.
La prevaricación vuelve posible hacer historias, aludir a lo que no está justo enfrente de nosotros, generar hipótesis y teorías científicas, filosóficas o sociales. Sin ella, el arte tampoco sería posible. La prevaricación vuelve así viable una conexión entre el interior (la conciencia) y el exterior (los otros).
De hecho, muchas religiones condenan las representaciones de sus dioses, y están prohibidas a fin de evitar la idolatría. William Flusser afirma que “el hombre encuentra su camino en el mundo gracias a esta representación, pero no lo encuentra en ellas sino gracias a ellas. Ahora, en vez de descifrar dichas imágenes, vive en función de ellas y la imaginación deviene una alucinación. Hay pues una lucha constante entre la lectura lineal, entre una conciencia histórica y una mágica”.
En esa paradoja estamos atrapados al tratar de disfrutar el arte en vez de simplemente disfrutarlo. Esa concientización de lo que es artístico, de lo que es bello, de lo que es poético parecería truncar la emoción. Ya como lectores parecería que “la poesía es del cielo cuando se lee y del infierno cuando se trata de explicar”. O mejor aún tal como cita Bartra de voz de Emily Dickinson: “The brain is just the weight of God—/For—Heft them—Pound for Pound—/And they will differ—if they do—As Syllable from Sound—”.
El arte juega con esta inhibición: se vuelve uno dueño de sí, de esa emoción que es primero un impulso, para dotarla de belleza y volver sentimientos y ese interior-exterior comunicable. Así el lector, el intérprete o la voz en tercera persona resultarán siempre fundamentales en los procesos humanos: “El ‘intérprete’, por decirlo así, construye la teoría de que los comportamientos de los módulos son producidos por un ‘yo’: de esta forma se genera la ilusión de que los humanos actúan libremente” (Roger Bartra, Anatomía del cerebro).
Así los libros que marcan nuestras vidas se convierten en parte de nosotros. Muchos de ellos son considerados clásicos quizá por su capacidad de evocar a distintos lectores, de variadas épocas, generaciones y nacionalidades más de una emoción.
Roland Barthes en su libro S/Z distingue entre dos tipos de texto: los legibles y los escribibles. Los primeros se refieren a los clásicos: a ese puñado de temas que condensan de cierta forma todas las posibles historias humanas y temas que luego no podrían sino ser citadas, pero jamás inventadas: he ahí los libros escribibles que se generan a partir siempre de esos clásicos legibles. Baste recordar también los 33 temas que Aristóteles afirmó que existían únicamente para cualquier narración posible en su Retórica.
En La historia interminable de Michael Ende, cuando Bastian ha llegado ya a Fantasia, le es concedido el poder, don (o maldición) de desear (“haz lo que quieras” dice el AURYN). Así, basta que nombre las cosas para que aparezcan o sucedan o, mejor aun, basta que las desee (incluso sin palabras) para que sean. Dice Bartra: “Yo es otro: la conciencia de nuestra identidad individual se extiende y abarca la los otros [...] La conciencia nace del sufrimiento y de la asimilación de ese sufrir mediante el concurso de otros, gracias a que nos confundimos con ellos para afirmar nuestra perecedera identidad. Así perdemos el alma pero ganamos la conciencia” (Anatomía del cerebro).
Bastian conoce al león Graograman, que es la antítesis del Bosque nocturno de Perelín. Le pregunta sobre esa conciencia que tiene al pedir deseos: no comprende cómo, muchas veces, incluso sin poner en palabras lo que quiere conseguir, esto aparece; o cómo, con sólo desear algo, parecería que siempre ha existido y que es una coincidencia su implicación en lo deseado. Hay por un lado conciencia de crear, pero viene acompañada de aquella que le deja ver que las cosas también están allí. Y Graograman le responde que ambos son un poco responsable: tanto las cosas por existir, como él por desearlas.
“¿Hemos perdido el alma?”, se pregunta finalmente Bartra.
En “La biblioteca de Babel”, Borges plantea una serie de axiomas que al final entrañan uno de sus temas favoritos: el infinito y el azar. ¿Qué tan creativo puede ser un artista, un escritor o cualquier ser humano, cuando todo lo que es posible decir está dicho, pero gracias a una formulación matemática que abarca todas las posibles combinaciones de todas las lenguas existentes, existidas y por existir?
¿Podemos ser originales? ¿Y si todo se limitara a un número finito de axiomas según los cuales hay un número (enorme, inconmensurable, pero) finito de combinaciones posibles de grafemas? Entonces todo quedaría en mera casualidad, y las ideas más complejas, los lugares más comunes, los descubrimientos más sorprendentes, nuestros libros favoritos no serían más que el mero azar que los construye, ni menos que los ojos de otro que le dan sentido.
© Abril Castillo
3 comentarios:
Con perdón de su merced, me atrevo a hacer el siguiente comentario:
Concuerdo Charles Hocket y con vuestra merced en la caracterización y calidad de atributos que se pueden atribuir como significado del termino Prevaricación. Básicamente todo texto literario es, de hecho una mentira.
En la magnifica introducción que Mauricio Molina hace a la edición en español de 1984 de George Orwell señala otra forma u atributo de los mundos creados por los universos narrativos; Los cronotopos.
Aunque Molina señala que básicamente como cronotopos al súper estado de "Oceanía" de Orwell, la república de Utopia de San Agustin y el estado fordiano de ingeniería social de Huxley. Molina cita al lingüista y teórico en literatura Ruso Mijail Batjín de la siguiente manera: "Llamaremos crotopo a las interconexiones sustanciales de las relaciones temporales y espaciales de las cuales la literatura se apropia artisticamente".Un cronotopo debería de ser cualquier evento imaginario que ocurra en un un lugar y tiempo determinado (de preferencia el futuro o el pasado) no importando si este lugar tiene o no un referente real. Desde este punto, la referencia del lugar solo nos sirve de referencia en el espacio (Función proxemica del discurso, según la Semiótica) puesto que todo lo que pase o se narre que allí suceda será prácticamente imaginario, es decir será una mentira ingeniosamente adornada con las estructuras gramaticales correspondientes.
Un ejemplo de esto es que yo conocí Comala, Colima y San Gabriel y el lugar llamado la media luna, ambos en Jalisco en mi cada vez mas lejana infancia y muchos años de Leer a Rulfo. (Que es, por cierto de un pueblo que se encuentra entre ambos lugares). Para mi, las distancias físicas entre los tres lugares son imposibles y fantásticas, a pesar de eso uno puede disfrutar, sin problemas, de el arranque mantrico de un libro que reza así:
" Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. mi madre me lo dijo. y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. le apreté las manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerle todo..."
Desde este punto de Vista Comala es un cromotopo. No solo no existe en el texto una determinación clara de cuando sucede la historia (Función Cronémica del discurso), también tenemos la imposibilidad física real de las distancias y los acomodos geográficos de los referentes de los lugares existentes con los referidos en el texto. El cronotopo es, pues un lugar factible, pero altamente improbable, por lo tanto imposible y por eso una mentira.
Aquí, podríamos añadir, como comentario final que el termino de prevaricación se puede aplicar también a los textos de origen autobiográfico, pues esto raramente describen con objetividad los eventos que acontecieron en la vida de un individuo. Dice Proust en su Historia del tiempo perdido que los eventos pasados no son como acontecieron, sino como los recordamos. Un solo evento, como una revolución, un accidente o una perdida puede transfigurar los eventos históricos del diario devenir que se plasman en los textos autobiográficos. Así pues estos lugares y situaciones, aunque de origen real terminan siendo, en esencia mentiras o interpretaciones bastante subjetivas de la realidad y por lo tanto se convierten en cronotopos.
Todavía no había venido a visitar el nuevo blog, pero desde ahorita le puedo yo decir que seguro regreso con frecuencia, señora mía... además, con las lindeces que dice usted de mi trabajo, es imposible no regresar. Además, tenemos unos gustos parecidos. Eso me gusta. Le mando un fuerte abrazo. Y otro de recambio.
Carlos, Aitana, los dos serán siempre muy bienvenidos. Qué bueno que pasan por acá!
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