Libro ilustrado
Primera edición: 2011
Helena me humilla cada mañana, a la hora del desayuno, contándome sus sueños prodigiosos.Ella entra en la noche como en un cine, y cada noche un sueño nuevo la espera.Mientras ella cuenta, yo bebo mi café en silencio.Más me vale callar. Los pocos sueños míos que consigo recordar son de una bochornosa estupidez.Para vengarme, escribo los sueños que ella vuela.Aquí están, reunidos, fugitivos de las páginas de mis libros que ellos, los sueños, han mejorado tanto.Las obras de Isidro los acompañan, de la mejor manera.
Una vez le pregunté a
una bebé de menos de un año qué había soñado y se soltó llorando. Al
disculparme, su abuela aseguró: “Es una pregunta demasiado
personal”. No sólo eso es cierto, también la pequeña Mía y yo acabábamos de
conocernos. Además aún no sabe hablar.
¿Qué hay en el
silencio de los sueños y en la potencia de contarlos?
Si sueñas que alguien
se muere, probablemente estés enojado con esa persona, y aun así sientes la
urgencia de decírselo. Será porque muchas veces se siente culpa al despertar,
un miedo infinito de tener la omnipotencia de asesinar en nuestra mente y durante la
noche a quienes más queremos y ser impunes: “Tú dormías tan tranquilo mientras en mi sueño morías”.
O los amantes que
todo se lo dicen y hasta se citan de noche en un lugar imposible donde
confluyeran las mentes de los dos. Talitas y Travelers* los hay por doquier, y
pocos logran construir ese espacio en común, cual diagrama de Venn, que se
localiza del otro lado del centro, en un toro espectacular que toca los lugares
más recónditos e íntimos de cada quien y sólo con esa persona se comparten.
Compré este libro por
las ilustraciones. No tenía ningún libro de Isidro Ferrer, y más que fijarme en
el autor, ver el título o examinar el texto al hojear el libro, me quedé
leyendo cada imagen, pequeñas esculturas de papel, tridimensiones
bidimensionales, pedacería de recuerdos que se convierten en colecciones para
luego dar forma a esas obras de arte que pueden funcionar como ilustraciones,
carteles o piezas en sí mismas.
En las ilustraciones
de Ferrer habita por igual un muñeco de plástico que bien pudo haber encontrado
en el interior de una rosca de Reyes, una escultura de cerámica que figura al mismo tiempo una
nube y una taza —binomio fantástico—, o un maravilloso mar hecho de Braille
—que conmueve tanto como el texto que acompaña, donde una abuela ciega podía
ver el país que habitaría en el exilio ya por el resto de su vida—.
No compré este libro
por lo que era, porque aún no lo conocía. Pasa mucho comprar un libro sólo por
la portada. Pero la primera noche que volví de la FIL, empecé a leer Los
sueños de Helena, su potente
prólogo, cada sueño, microrrelato o poema, que venía de la mano de
estas hipnotizantes imágenes.
Todos soñamos cada noche, pero pocos lo recuerdan al despertar. Muchos son grandes narradores
de sus vidas secretas, para sí mismos o para aquel que acompaña con un café las
mañanas, viajeros vertiginosos de la noche. Alguien en este momento siente la
urgencia de recapitularlos ante un cuaderno, o espera en un trayecto que no se esfume para revivir su esencia en cualquier otro momento y lugar. Pero curiosamente
el soñador termina por olvidar muchos de sus sueños que tan profundamente
marcan a su escucha —sin duda los sueños son más fugaces que el amor—.
Entre palabras y
objetos crecen figuras tejidas desde todos los lenguajes posibles. Las
metáforas caen como lluvia amable para reflejar la candidez del piso abandonado
por un niño que estuvo jugando toda la tarde con pequeños objetos que
resignificó, uno a uno, hasta revelar esa atmósfera, escenario y película final
que desde un cielo y desde la tierra invita a cualquiera a jugar.